MES NACIONAL DE LA AFROCOLOMBIANIDAD
Por: Sandra Milena “Sami” Arizabaleta Ibarbo
Mujer negra lesbiana
Josefa Ibarbo y Josefa Aguiño
Para hablar de las relaciones entre
mujeres negras, no quiero hacerlo desde la “academia” teorizando con las y los
autores occidentales que nos tienen colonizados en mente y cuerpo, quiero
hacerlo hablando desde mi sentir, vivir y aprender que logre de dos de las más
importantes mujeres negras de mi vida. Mis Josefas adoradas: Mi madre: Josefa
Ibarbo y mi abuela paterna: Josefa Aguiño.
De mi relación con mi abuela puedo
decir, que cuando estuvo viva no reconocí sus aportes y jamás la valore lo
suficiente, aunque hoy gracias a sus palabras y enseñanzas puedo erigirme como
una mujer negra empoderada. Mi abuela es para mí el referente más importante de
la lucha muchas veces invisibilizada que libraron algunas mujeres negras en el
pacifico colombiano profundo de los años 30´s y 40´s.
Con mi madre, vi como ella luchaba
desde su infancia por encajar en el mundo mestizo que condiciona los gustos,
aptitudes y formas de crianza de las personas negras. Ella desde la infancia y
huyendo de la tradición de los matrimonios arreglados, se fue con las monjas a
“trabajar” en el hospital, donde realizaba de aseo y cocina como forma de pago
por las enseñanzas que recibía de las monjas, enfermeras y médicos del único
hospital de su Guapi.
Josefa Aguiño – mi abuela- fue hija
de Tumaco con orígenes ecuatorianos. Rebelde desde siempre, ya que nació tres
semanas antes de lo que decían las parteras – según contaba ella. El ser vista
como “chola” (una de las tantas categorías del colorismo y la escala de pigmentación)
le permitió contar con una amplia gama de pretendientes que se acercaban a su
padre para negociar el matrimonio. Pero mi abuela no permitiría que alguien
diferente a ella definiera como viviría su vida. Ella se caso con quien quiso,
mi abuelo; Simón Arizabaleta.
Mi madre, Josefa Ibarbo con unos
diecisiete o veinte años, viajo de Guapi a Cali para trabajar como empleada del
hogar, en las casas de gente “bien” (léase; mestiza) de mediados de los 60´s en
la ciudad. Sus planes eran; trabajar, enviar dinero a su familia y ahorrar para
cumplir su sueño de ser enfermera. Los planes no resultaron así, pues su vida;
incluyendo lugar de trabajo, dinero y hasta amores, fueron controlados por un
hermano. Mi madre al final se caso con mi padre, quien gozaba – y aún lo hace –
de todo el aprecio y admiración de la familia de mi madre.
Josefa Aguiño y Simón Arizabaleta;
mis abuelos, celebraron su matrimonio por la iglesia – mi abuela se burlaba de
ese convencionalismo de gente mojigata – con una fiesta de cuatro días en la
vereda de Callehonda en Guapi. A pesar de que mi abuelo era herrero y poseía
tierras con sembrados fértiles de arroz, no fue elección de los padres de mi
abuela. Y es que él era una persona de rio, hombre inculto no a la altura de
una mujer chola criada en la ciudad. Pero en este caso triunfo el amor o el
capricho; mi abuela se caso con quien quiso y punto.
El matrimonio de mis padres ha durado
mas de cuarenta años y no veo un horizonte que pinte un final que no sea el
considerado natural. Ellos se casaron en un mes de noviembre de finales de los
60´s en Palmira. Mi madre dio el sí ante el sacerdote después de la aceptación
de su familia, con bendición incorporada. Años después me entere por boca de
una tía que mis abuelos maternos soñaban con una unión entre las dos familias.
Aquí cuento, la línea materna de mi familia, es de campo, sin mayores
pretensiones o posesiones en su terruño, la línea paterna en cambio tuvo
grandes posesiones de tierra y se desarrollo muy fuerte el campo de la
herrería.
Cuando empezaron a llegar los hijos,
mi abuela tuvo la ayuda y acompañamiento de varias mujeres que mi abuelo llevo
a la casa y es que en la casa grande de mi abuelo era común encontrar en su
inmensa cocina cinco o seis mujeres cocinando, riendo, viviendo … Ella, mi
abuela, siempre conto con ayuda, pues mi abuelo se desvivía por darle los
mayores lujos a su esposa de ciudad “chola” y que según dicen algunos viejos
que aún viven, ella era hermosa, altiva y orgullosa.
Pero, tener lujos no fueron
suficientes para mi abuela, pues cuando sospecho que era traicionada por su
esposo con algunas mujeres de la zona, se fue. Tomó a su hija mayor, y busco
emprender una nueva vida. Años después ella diría que se llevo a la hija pues
no la dejaría para que fuera casada con “alguien” u ocupara la función de madre
de sus dos pequeños hermanos, a quienes dejo con mi abuelo. Abandonó ese hogar
que no la hacia feliz. Esto hecho es importante, porque nadie abandonaba a su
esposo en esa época y en ese contexto, eso era una locura y menos por una
infidelidad. Las mujeres negras estaban para aguantar todo, sin quejarse ni
protestar. Con lo que no contaban es que mi abuela no hacia nada por complacer
a otros, ella era libre y asumía su vida.
Mis padres en una ocasión tuvieron
una gran crisis matrimonial, no conozco los detalles, solo se que mi madre se
embarco con nosotros en unas vacaciones del colegio. ¿Nuestro destino? Guapi.
Mi madre estaba abandonando a mi padre y nos llevaba con ella como buena mujer
negra y madre, porque una “madre jamás abandona a sus hijos”. Desde nuestra
llegada fue un estar de aquí a allá paseando. Nos alojamos en la colosal casa
de mi abuelo paterno quien nos llenaba – especialmente a mi – de los “lujos” de
la ciudad y me presumía como su nieta bella, tan bella como su abuela Josefa –
he escuchado que tengo un parecido físico enorme con mi abuela -. Ese viaje al
final, no culmino con la separación que mi madre esperaba, sino que fue un
paseo. Las familias; los Arizabaleta y los Ibarbo le dieron la orden de regresar
con su esposo – mi padre – para que los hijos crecieran en una familia. Mi
madre no lo dice, pero, para mi ella tuvo miedo de verse sola con cuatro hijos
y sin un empleo que diera el sustento. Aunque también es que no fue que le
faltara valor, es que al final le ganaron las enseñanzas de las monjas y ella
se sacrificó por sus hijos y regreso a ser la abnegada esposa.
La vida de mi abuela después de
abandonar a mi abuelo y sus dos hijos menores; entre ellos mi padre de apenas
un año. empezó en Buenaventura donde cosía ropa, gracias a lo cual ahorro y
puedo regresar a su Tumaco (al separase de mi abuelo solo empaco su ropa,
aunque mi abuelo le ofreció lo que quisiera para quedarse o irse; ella solo
quería su vida y dignidad).
En su ciudad poco le importaron los
comentarios sobre abandonar a su esposo e hijos pequeños. Ella estaba decidida
a ser feliz. Monto su taller de costura y atendía una tienda. Algunos años
después se enamoro otra vez de un hombre que “dizque” tenia una novia de años.
De esa unión, que ella vivió de manera libre nacieron seis hijos. Pareja nueva
e hijos otra vez fueron dejados atrás cuando sufrió violencia física. Josefa
Aguiño no aguantaría nada que la hiciera infeliz.
Durante años he escuchado a mi madre
alabar el hecho de que mi padre no la golpee. Reconozco que ese fue uno de mis
mayores orgullos al ser una niña negra en un barrio de mayoría mestiza; no
tener un padre golpeador, no hijos por fuera del matrimonio, madre ama de casa
“decente” y casa propia. Aunque … mi madre siempre ha detestado el hecho de que
mi padre consuma alcohol en exceso. Ella dice “unas por otras”
El desarrollo de mi relación con
estas grandes mujeres fue diferente a medida que crecía y adquiría conciencia
de mi realidad de mujer negra. Solo con los golpes y avatares de la vida pude
ir escudriñando quienes eran y que representaban las Josefas en mi vida.
Para mi madre siempre ha sido muy
importante ser buena mujer; encajar o ser casi invisible. Ella a luchado
durante toda su vida para encajar y el hecho de que sus hijos puedan hacerlo
fue su gran apuesta personal. Aprendí de ella a comportarme según los
parámetros sociales que se espera de la gente negra; la sumisión. Hablar
bajito, vestirme con colores neutros, peinarme y no salir con trenzas (menos
con afro), reconocer que “negro que no la embarra a la entrada, lo hace a la
salida”.
A mi abuela la entendí años después,
cuando se encontraba cerca a la muerte. Entendí cuando ella decía que mujer que
se case virgen es tonta, reconocí la importancia que tiene el que entre mujeres
negras nos privilegiemos y escojamos, pues la sociedad y sobretodo nuestros
“hermanos” negros no lo han hecho nunca. Sus consejos que considere burdos y
vulgares en otros tiempos, hoy me permiten caminar y ser. Tomarme el tiempo
para vivir y conocerme sin sentir culpa, saber que tener sexo no debe estar
condicionado a casarse, aceptar que las mujeres tenemos derecho a sentir y
buscar el placer sexual. Mi abuela, la que fumaba con el cigarro pa`dentro en
la boca me dijo muchas veces “tu serás lo que quieras y si a los demás no les
gusta, que se metan un palo en el culo para que no jodan”. Abuela, cuanto
gozarías hoy viendo y escuchando a las jóvenes negras hoy.
Creo que en este punto muchas estén
pensando que mi abuela es la mejor y criticando a mi madre, pero esto tiene
mucha tela que cortar. Mi madre también fue y es una gran luchadora a su
manera. Cada una de mis Josefas vivió realidades diferentes y momentos
diferentes.
De mi madre aprendí a luchar a pesar
de todo, el tratar de encajar me ha servido para conocer los pensamientos más
profundos de algunas personas mestizas, el poder develar esa hipocresía blanca
que utilizan con las personas negras es un poder que me ayuda a no morir un
poco todos los días. Gracias al esfuerzo para que encajáramos, mi madre nos
obligaba a estudiar mucho, porque no podíamos estar por debajo de los mestizos,
debíamos dar el doble en cada tarea, la excelencia era la marca. Estas
enseñanzas me sirven mucho hoy, donde constantemente soy criticada y
subvalorada por ser negra.
Mis dos Josefas, tan diferentes
ellas, me ayudan a entender que las mujeres negras somos tan diversas y
afrontamos la vida y las luchas desde orillas que, aunque a simple vista
parezca antagónicas, tienen un objetivo unificado; empoderar y privilegiar a
las mujeres negras que nos sucederán en el tiempo.
Yo soy la orgullosa fruto de mi madre
y abuela, quienes me aportaron tanto y por quienes hoy soy feliz. Ellas son mis
heroínas y mi guía para entablar relaciones entre y con mujeres y hombres negros.
Otra vez a nivel personal, creo que
las relaciones entre las mujeres negras no deberían estar mediadas por las
descalificaciones y ataques a las decisiones de vida que tome cada una. No
estoy diciendo o pretendiendo que el ser mujeres negras nos obligue por que sí
a tener y consolidar amistades y amor a prueba de todo, estoy es proponiendo no
mirarnos desde ese lugar No-lugar que nos han otorgado las y los otros, sino
recrear el espacio propio donde nos reconocemos en las diferencias y cargas
históricas como las luchadoras que hemos sido, somos y seremos. Es,
relacionarnos horizontalmente, apoyando y ayudando a quien sufre violencias
parecidas a las mías, a quien al ver a los ojos reconozco como mi igual. Como
mujer negra.
Para finalizar quiero honrar y
agradecer a cada mujer negra con la que me he cruzado en lo vivido hasta ahora.
Ha sido gracias a ustedes que puedo continuar, y claro, no todo es amor y paz,
con muchas me he enfrentado por temas tan complejos como la diversidad sexual
pasando por deportes y gustos gastronómicos. Me lastimaron, sí, y en muchos
casos aún duele, pero aún en ese dolor reconozco una ganancia personal.
Con quienes he logrado construir
amistad ¡gracias! Llenarnos de amor en este mundo que nos considera doble y en
ocasiones hasta triplemente inferiores, amarnos es revolución y fuerza.
Dedicatoria especial a mis dos
Josefas. Mi madre; Josefa Ibarbo y mi abuela paterna; Josefa Aguiño, gracias
por todo.
A, mi adorada esposa; Johana Caicedo,
gracias por todo y más. A las mujeres negras con las vivo; amor y más amor.
Diana Victoria Arizabaleta, hermana de sangre y vida, eres mi premio de vida.
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