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miércoles, 8 de mayo de 2019

Día 8. ARTICULO: Mis dos Josefas

Día 8. ARTICULO: Mis dos Josefas
MES NACIONAL DE LA AFROCOLOMBIANIDAD
Por: Sandra Milena “Sami” Arizabaleta Ibarbo
Mujer negra lesbiana

Josefa Ibarbo y Josefa Aguiño
Para hablar de las relaciones entre mujeres negras, no quiero hacerlo desde la “academia” teorizando con las y los autores occidentales que nos tienen colonizados en mente y cuerpo, quiero hacerlo hablando desde mi sentir, vivir y aprender que logre de dos de las más importantes mujeres negras de mi vida. Mis Josefas adoradas: Mi madre: Josefa Ibarbo y mi abuela paterna: Josefa Aguiño.
De mi relación con mi abuela puedo decir, que cuando estuvo viva no reconocí sus aportes y jamás la valore lo suficiente, aunque hoy gracias a sus palabras y enseñanzas puedo erigirme como una mujer negra empoderada. Mi abuela es para mí el referente más importante de la lucha muchas veces invisibilizada que libraron algunas mujeres negras en el pacifico colombiano profundo de los años 30´s y 40´s.
Con mi madre, vi como ella luchaba desde su infancia por encajar en el mundo mestizo que condiciona los gustos, aptitudes y formas de crianza de las personas negras. Ella desde la infancia y huyendo de la tradición de los matrimonios arreglados, se fue con las monjas a “trabajar” en el hospital, donde realizaba de aseo y cocina como forma de pago por las enseñanzas que recibía de las monjas, enfermeras y médicos del único hospital de su Guapi.
Josefa Aguiño – mi abuela- fue hija de Tumaco con orígenes ecuatorianos. Rebelde desde siempre, ya que nació tres semanas antes de lo que decían las parteras – según contaba ella. El ser vista como “chola” (una de las tantas categorías del colorismo y la escala de pigmentación) le permitió contar con una amplia gama de pretendientes que se acercaban a su padre para negociar el matrimonio. Pero mi abuela no permitiría que alguien diferente a ella definiera como viviría su vida. Ella se caso con quien quiso, mi abuelo; Simón Arizabaleta.
Mi madre, Josefa Ibarbo con unos diecisiete o veinte años, viajo de Guapi a Cali para trabajar como empleada del hogar, en las casas de gente “bien” (léase; mestiza) de mediados de los 60´s en la ciudad. Sus planes eran; trabajar, enviar dinero a su familia y ahorrar para cumplir su sueño de ser enfermera. Los planes no resultaron así, pues su vida; incluyendo lugar de trabajo, dinero y hasta amores, fueron controlados por un hermano. Mi madre al final se caso con mi padre, quien gozaba – y aún lo hace – de todo el aprecio y admiración de la familia de mi madre.
Josefa Aguiño y Simón Arizabaleta; mis abuelos, celebraron su matrimonio por la iglesia – mi abuela se burlaba de ese convencionalismo de gente mojigata – con una fiesta de cuatro días en la vereda de Callehonda en Guapi. A pesar de que mi abuelo era herrero y poseía tierras con sembrados fértiles de arroz, no fue elección de los padres de mi abuela. Y es que él era una persona de rio, hombre inculto no a la altura de una mujer chola criada en la ciudad. Pero en este caso triunfo el amor o el capricho; mi abuela se caso con quien quiso y punto.
El matrimonio de mis padres ha durado mas de cuarenta años y no veo un horizonte que pinte un final que no sea el considerado natural. Ellos se casaron en un mes de noviembre de finales de los 60´s en Palmira. Mi madre dio el sí ante el sacerdote después de la aceptación de su familia, con bendición incorporada. Años después me entere por boca de una tía que mis abuelos maternos soñaban con una unión entre las dos familias. Aquí cuento, la línea materna de mi familia, es de campo, sin mayores pretensiones o posesiones en su terruño, la línea paterna en cambio tuvo grandes posesiones de tierra y se desarrollo muy fuerte el campo de la herrería.
Cuando empezaron a llegar los hijos, mi abuela tuvo la ayuda y acompañamiento de varias mujeres que mi abuelo llevo a la casa y es que en la casa grande de mi abuelo era común encontrar en su inmensa cocina cinco o seis mujeres cocinando, riendo, viviendo … Ella, mi abuela, siempre conto con ayuda, pues mi abuelo se desvivía por darle los mayores lujos a su esposa de ciudad “chola” y que según dicen algunos viejos que aún viven, ella era hermosa, altiva y orgullosa.
Pero, tener lujos no fueron suficientes para mi abuela, pues cuando sospecho que era traicionada por su esposo con algunas mujeres de la zona, se fue. Tomó a su hija mayor, y busco emprender una nueva vida. Años después ella diría que se llevo a la hija pues no la dejaría para que fuera casada con “alguien” u ocupara la función de madre de sus dos pequeños hermanos, a quienes dejo con mi abuelo. Abandonó ese hogar que no la hacia feliz. Esto hecho es importante, porque nadie abandonaba a su esposo en esa época y en ese contexto, eso era una locura y menos por una infidelidad. Las mujeres negras estaban para aguantar todo, sin quejarse ni protestar. Con lo que no contaban es que mi abuela no hacia nada por complacer a otros, ella era libre y asumía su vida.
Mis padres en una ocasión tuvieron una gran crisis matrimonial, no conozco los detalles, solo se que mi madre se embarco con nosotros en unas vacaciones del colegio. ¿Nuestro destino? Guapi. Mi madre estaba abandonando a mi padre y nos llevaba con ella como buena mujer negra y madre, porque una “madre jamás abandona a sus hijos”. Desde nuestra llegada fue un estar de aquí a allá paseando. Nos alojamos en la colosal casa de mi abuelo paterno quien nos llenaba – especialmente a mi – de los “lujos” de la ciudad y me presumía como su nieta bella, tan bella como su abuela Josefa – he escuchado que tengo un parecido físico enorme con mi abuela -. Ese viaje al final, no culmino con la separación que mi madre esperaba, sino que fue un paseo. Las familias; los Arizabaleta y los Ibarbo le dieron la orden de regresar con su esposo – mi padre – para que los hijos crecieran en una familia. Mi madre no lo dice, pero, para mi ella tuvo miedo de verse sola con cuatro hijos y sin un empleo que diera el sustento. Aunque también es que no fue que le faltara valor, es que al final le ganaron las enseñanzas de las monjas y ella se sacrificó por sus hijos y regreso a ser la abnegada esposa.
La vida de mi abuela después de abandonar a mi abuelo y sus dos hijos menores; entre ellos mi padre de apenas un año. empezó en Buenaventura donde cosía ropa, gracias a lo cual ahorro y puedo regresar a su Tumaco (al separase de mi abuelo solo empaco su ropa, aunque mi abuelo le ofreció lo que quisiera para quedarse o irse; ella solo quería su vida y dignidad).
En su ciudad poco le importaron los comentarios sobre abandonar a su esposo e hijos pequeños. Ella estaba decidida a ser feliz. Monto su taller de costura y atendía una tienda. Algunos años después se enamoro otra vez de un hombre que “dizque” tenia una novia de años. De esa unión, que ella vivió de manera libre nacieron seis hijos. Pareja nueva e hijos otra vez fueron dejados atrás cuando sufrió violencia física. Josefa Aguiño no aguantaría nada que la hiciera infeliz.
Durante años he escuchado a mi madre alabar el hecho de que mi padre no la golpee. Reconozco que ese fue uno de mis mayores orgullos al ser una niña negra en un barrio de mayoría mestiza; no tener un padre golpeador, no hijos por fuera del matrimonio, madre ama de casa “decente” y casa propia. Aunque … mi madre siempre ha detestado el hecho de que mi padre consuma alcohol en exceso. Ella dice “unas por otras”
El desarrollo de mi relación con estas grandes mujeres fue diferente a medida que crecía y adquiría conciencia de mi realidad de mujer negra. Solo con los golpes y avatares de la vida pude ir escudriñando quienes eran y que representaban las Josefas en mi vida.
Para mi madre siempre ha sido muy importante ser buena mujer; encajar o ser casi invisible. Ella a luchado durante toda su vida para encajar y el hecho de que sus hijos puedan hacerlo fue su gran apuesta personal. Aprendí de ella a comportarme según los parámetros sociales que se espera de la gente negra; la sumisión. Hablar bajito, vestirme con colores neutros, peinarme y no salir con trenzas (menos con afro), reconocer que “negro que no la embarra a la entrada, lo hace a la salida”.
A mi abuela la entendí años después, cuando se encontraba cerca a la muerte. Entendí cuando ella decía que mujer que se case virgen es tonta, reconocí la importancia que tiene el que entre mujeres negras nos privilegiemos y escojamos, pues la sociedad y sobretodo nuestros “hermanos” negros no lo han hecho nunca. Sus consejos que considere burdos y vulgares en otros tiempos, hoy me permiten caminar y ser. Tomarme el tiempo para vivir y conocerme sin sentir culpa, saber que tener sexo no debe estar condicionado a casarse, aceptar que las mujeres tenemos derecho a sentir y buscar el placer sexual. Mi abuela, la que fumaba con el cigarro pa`dentro en la boca me dijo muchas veces “tu serás lo que quieras y si a los demás no les gusta, que se metan un palo en el culo para que no jodan”. Abuela, cuanto gozarías hoy viendo y escuchando a las jóvenes negras hoy.
Creo que en este punto muchas estén pensando que mi abuela es la mejor y criticando a mi madre, pero esto tiene mucha tela que cortar. Mi madre también fue y es una gran luchadora a su manera. Cada una de mis Josefas vivió realidades diferentes y momentos diferentes.
De mi madre aprendí a luchar a pesar de todo, el tratar de encajar me ha servido para conocer los pensamientos más profundos de algunas personas mestizas, el poder develar esa hipocresía blanca que utilizan con las personas negras es un poder que me ayuda a no morir un poco todos los días. Gracias al esfuerzo para que encajáramos, mi madre nos obligaba a estudiar mucho, porque no podíamos estar por debajo de los mestizos, debíamos dar el doble en cada tarea, la excelencia era la marca. Estas enseñanzas me sirven mucho hoy, donde constantemente soy criticada y subvalorada por ser negra.
Mis dos Josefas, tan diferentes ellas, me ayudan a entender que las mujeres negras somos tan diversas y afrontamos la vida y las luchas desde orillas que, aunque a simple vista parezca antagónicas, tienen un objetivo unificado; empoderar y privilegiar a las mujeres negras que nos sucederán en el tiempo.
Yo soy la orgullosa fruto de mi madre y abuela, quienes me aportaron tanto y por quienes hoy soy feliz. Ellas son mis heroínas y mi guía para entablar relaciones entre y con mujeres y hombres negros.
Otra vez a nivel personal, creo que las relaciones entre las mujeres negras no deberían estar mediadas por las descalificaciones y ataques a las decisiones de vida que tome cada una. No estoy diciendo o pretendiendo que el ser mujeres negras nos obligue por que sí a tener y consolidar amistades y amor a prueba de todo, estoy es proponiendo no mirarnos desde ese lugar No-lugar que nos han otorgado las y los otros, sino recrear el espacio propio donde nos reconocemos en las diferencias y cargas históricas como las luchadoras que hemos sido, somos y seremos. Es, relacionarnos horizontalmente, apoyando y ayudando a quien sufre violencias parecidas a las mías, a quien al ver a los ojos reconozco como mi igual. Como mujer negra.
Para finalizar quiero honrar y agradecer a cada mujer negra con la que me he cruzado en lo vivido hasta ahora. Ha sido gracias a ustedes que puedo continuar, y claro, no todo es amor y paz, con muchas me he enfrentado por temas tan complejos como la diversidad sexual pasando por deportes y gustos gastronómicos. Me lastimaron, sí, y en muchos casos aún duele, pero aún en ese dolor reconozco una ganancia personal.
Con quienes he logrado construir amistad ¡gracias! Llenarnos de amor en este mundo que nos considera doble y en ocasiones hasta triplemente inferiores, amarnos es revolución y fuerza.
Dedicatoria especial a mis dos Josefas. Mi madre; Josefa Ibarbo y mi abuela paterna; Josefa Aguiño, gracias por todo.
A, mi adorada esposa; Johana Caicedo, gracias por todo y más. A las mujeres negras con las vivo; amor y más amor. Diana Victoria Arizabaleta, hermana de sangre y vida, eres mi premio de vida.

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